Vigencia de Efraín Huerta

  Monterrey, Nuevo León, 8 de abril de 2023. En abril de 1973 está fechado el apunte, las “Explicaciones” con las que Efraín Huerta abre su libro “Poemas...

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8 abril,2023 10:48 am
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Monterrey, Nuevo León, 8 de abril de 2023. En abril de 1973 está fechado el apunte, las “Explicaciones” con las que Efraín Huerta abre su libro “Poemas prohibidos y de amor” (Siglo XXI Ediciones).

El poeta contaba entonces con 59 años de edad, su singular trayectoria lo había ya posicionado como una referencia obligada (tan festiva como combatiente) en la literatura mexicana. Él mismo refiere que este conjunto recoge poemas de cuatro décadas, pero ahora unidos por la nostalgia y por sentimientos encontrados:

“Resulta un poco torturante enfrentarse con este panorama lírico, verdadera miscelánea donde hay de todo y para todos los disgustos; pero, también, un poco saludable. Bucear en aquellas circunstancias me ha dolido y rejuvenecido”.

Y bueno, sí, de esas cuatro décadas se recuperaron poemas de juventud con sentidos homenajes, primero, sobre lo que ocurría en la Guerra Civil Española (años 30) y, posteriormente, celebrando el fin de la Segunda Guerra Mundial y la fascinación de la otrora emblemática Unión Soviética.

Ya en los años 50 surgen otro tipo de referencias, testimonios donde la voz del poeta se levanta contra la autoridad, los policías, granaderos y, finalmente, se manifiesta en aquel célebre: “¡Mi país, oh mi país!…”, el poema más difundido, acotaría el mismo Huerta.

De la década de los 60 hay dos poemas discordes, pero unidos por la rebeldía: un homenaje a Santa Juana de Asbaje, Sor Juana Inés de la Cruz, y otro con la referencia histórica de las tirantes relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.

¿Y los poemas de amor? En este libro, los versos amorosos de Huerta surgen primero seductores o seducidos: “Tu voz”, “Tus ojos”, “Esa sonrisa”; para luego encontrarlos (cuando el poeta ya rebasa los 40 años) revestidos de sosiego: “Para gozar tu paz”.

Antes de adentrarnos a la selección que se ha considerado para este apunte conmemorativo, quisiera mencionar lo que el lector encontrará en este poemario: primero, versos de línea directa y muchas imágenes tan contundentes como hermosas; dos, una voz irreverente, elegiaca, poemas de aliento largo, o una voz sensiblemente tierna, según la instancia.

Está claro que los años cambian las cosas, pero la vitalidad de estos poemas ahí queda, como queda la firmeza y las convicciones del escritor, del hombre. Vuelvo a citar, del prólogo de este libro, al mismo Efraín Huerta: “Así pues, es mucho tiempo, alguna experiencia y un enorme desencanto. Una cerrada militancia que tuvo sus disparates y sus aciertos. Pero no me arrepiento de nada de lo que he escrito. Ni me arrepiento ni me avergüenzo”.

Con el afán de contrastar, precisamente, los poemas prohibidos y los de amor, transcribiré en forma fragmentaria algunos momentos memorables de estas páginas.

De España y México

Elijo unos fragmentos del poema “Ellos están aquí”, que literalmente da cuenta, como un noticiario lírico, de las atrocidades de la guerra en España. Escrito a los 23 años, la voz es airada, desbordante en imágenes y sublime:

Los cadáveres, las lágrimas, los quejidos,

la sombra de Madrid. Aquí están.

Esos lamentos grandes como árboles creciendo,

como nubes cubriendo las montañas.

Los ha traído el Atlántico.

Están sobre las rocas, sobre las playas amarillas,

sobre las llanuras torturantes, los ríos y los desiertos;

sobre las ciudades y las estaciones

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Es verdad todo eso: los gritos juveniles,

las dos últimas gotas de sangre del poeta,

el denso humo, el frío, la agitación,

la angustia de Sevilla, el estertor de Málaga.

El océano es violento, es maternal,

es misterioso y rudo,

es negro, azul y verde.

Pero es claro, y es rojo,

intensamente rojo cuando trae los ruidos

que nacen en España.

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Nos pertenecen estos muertos, esta gloria perfecta.

Ved a este miliciano: campesino,

veinte años, una herida en el vientre;

tiene ojos castellanos y mirada de fiebre.

Duerme su noble sombra con nosotros;

Duerme su joven cuerpo bajo ruinas.

Ved a ese niño: madrileño,

cinco años, el cuerpo destrozado;

tiene sonrisa de ave, tiene ojos de miseria.

Yace su sombra débil en tierra mexicana;

Su cuerpo incinerado.

 

De Los soviéticos

Los poemas de este apartado mantienen el tono épico, que linda con la exaltación heroica y rica en el anecdotario social histórico. Sin embargo, elegí un texto donde el poeta, inspirado en una película, idealiza a “Los cosacos de Kubán”:

El mar de espigas era un mar de manos

que pedían más aire ansiosamente,

como unas manos muertas o más vivas que muertas,

pero terriblemente mar de espigas.

El mar de espigas del Kubán.

 

El mar de frutas era un mar de flores

que pedían más luz y, luminosamente,

como unas frutas vivas y siempre vivas flores,

se caían de belleza, de madurez, de cielo.

El mar de flores-frutas de Kubán.

 

El mar de oro y de alba era el mar de Marina

que se mecía sereno, y tan serenamente

como aquella canción de los rubios cosacos

que era canción de amor y canción de paisaje.

El mar dorado y de alba de Kubán.

 

De Ciertos poemas

Desde el título mismo: La “Declaración de odio” es uno de esos textos incendiarios, versos viscerales donde el insulto se amalgama con el lamento, donde ya, desde entonces, la calle, la urbe, el espacio público, es adulterado en el diario vivir.

En apenas estos fragmentos, es evidente la irreverencia del poeta, su juventud está bronqueada con medio mundo, quizá más de medio mundo, y no deja títere con cabeza:

Ciudad tan complicada, hervidero de envidias,

criadero de virtudes desechas al cabo de una hora,

páramo sofocante, nido blando en que somos

como palabra ardiente desoída,

superficie en que vamos como un tránsito oscuro,

desierto en que latimos y respiramos vicios,

ancho bosque regado por dolorosas y punzantes lágrimas,

lágrimas de desprecio, lágrimas insultantes.

 

Te declaramos nuestro odio, magnifica ciudad.

A ti, a tus tristes y vulgarísimos burgueses,

a tus chicas de aire, caramelos y films americanos,

a tus juventudes ice cream rellenas de basura,

a tus desenfrenados maricones que devastan

las escuelas, la plaza Garibaldi,

la viva y venenosa calle de San Juan de Letrán.

<>

Pero no es todo, ciudad de lenta vida.

Hay por ahí escondidos, asustados, acaso masturbándose,

varias docenas de cobardes, niños de la teoría,

de la envidia y el caos, jóvenes del «sentido práctico de la vida»,

ruines abandonados a sus propios orgasmos,

viles niños sin forma mascullando su tedio,

especulando en libros ajenos a lo nuestro.

 

¡A lo nuestro, ciudad!, lo que nos pertenece,

lo que vierte alegría y hace florecer júbilos,

risas, risas de gozo de unas bocas hambrientas,

hambrientas de trabajo,

de trabajo y orgullo de ser al fin varones

en un mundo distinto.

 

De Los de amor

Sin duda, en paralelo a la voz beligerante, a la épica social, igual es celebrada la poesía amorosa de Efraín Huerta. De este libro, transcribo algunos versos entrañables.

El poema de amor es el poema

de cada día

La más humilde y la más tierna

lluvia,

el sobresalto de una gota en la mano,

como si una leve mirada tuya

iluminase el desconsuelo.

¿El poema de amor?

Tu imagen de jazmín en el crepúsculo.

Del poema de amor todo se dice

y nada se recuerda. Pero es bueno

señalar que se sabe y que se siente

un hondo respirar cuando tu paso

de adolescente ritmo llena mi alma.

El poema de amor es darle vueltas

a lo que por sabido ya es callado.

 

Y ahora de este que se titula: “Para gozar tu paz”:

 

Como el viento agita las altas hierbas

así mis dedos vuelan sobre tu cabellera de diamantes,

y la noche de alcohol y los árboles de oro

encierran para siempre un sollozo de triunfo,

el ay de la alegría, el ah definitivo.

Como el aire de junio en la colina

mueve la dulce sombra de la nube,

así mi corazón se sacrifica

en el húmedo templo de tu pelo.

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Nave sin dueño, sombra de ardorosa

violencia, ésta mi mano canta

bajo el murmullo alado de tu gloria.

Porque tienes la luz y la belleza

en el sereno estanque de tu rostro,

así el negro laurel es tu corona

y es mi fatiga y es

la sangre del insomnio.

<>

Suave y veloz, como el aire de junio,

beso tu cabellera de diamantes,

el tesoro escondido de tu sueño,

y digo adiós a la violencia

para gozar tu paz,

tu dulce, tu gloriosa geografía,

por siempre detenido,

por siempre enamorado.

 

De 11 Poemínimos

Me quedo con este festivo y merecido homenaje al maestro Julio Torri:

COSA TÓRRIDA

Quienes

Lo conocieron

Están de acuerdo

En que su libro

Debió llamarse

No “De fusilamientos”

Sino

De refocilamientos

 

De Testimonios americanos

Ya se decía, en palabras del mismo Efraín Huerta, que el poema “¡Mi país, oh mi país!” fue de los que más eco tuvieron. El contexto histórico cambia, pero no las consecuencias. Comparto así algunos escenarios, subrayando al final del mismo texto, un tema tan vigente, y triste hoy, como entonces: la violencia.

Ardiente, amado, hambriento, desolado,

bello como la dura, la sagrada blasfemia;

país de oro y limosna, país y paraíso,

país-infierno, país de policías.

Largo río de llanto, ancha mar dolorosa,

república de ángeles, patria perdida.

País mío, nuestro, de todos y de nadie.

Adoro tu miseria de templo demolido

y la montaña de silencio que te mata.

Veo correr noches, morir los días, agonizar las tardes.

Morirse todo de terror y de angustia.

<>

¡Oh país mexicano, país mío y de nadie!

Pobre país de pobres. Pobre país de ricos.

¡Siempre más y más pobres!

<>

Amoroso, anhelado, miserable, opulento,

país que no contesta, país de duelo.

Un niño que interroga parece un niño muerto.

Luego la madre pregunta por su hijo

y la respuesta es un mandato de aprehensión.

En los periódicos vemos bellas fotografías

de mujeres apaleadas y hombres nacidos en México

que sangran y su sangre

es la sangre de nuestra maldita conciencia

y de nuestra cobardía.

Y no hay respuesta nunca para nadie

<>

y todos dejaremos de ser menos que polvo,

mucho menos que aire o que ceniza,

porque todos habremos descendido

al fondo de la nada,

muertos sin ataúd,

soñando el sueño inmenso

de una patria sin crímenes,

y arderemos, impíos y despiadados,

tal vez rodeados de banderas y laureles,

tal vez, lo más seguro,

bajo la negra niebla

de las más negras maldiciones

No finalizo, sin antes puntualizar algo que me deja conmovido de esta relectura, y es que, después de 50 años, los protagonistas del poder en el país han cambiado; a veces por un cambio de partido, otras por el viejo partido reformado, luego por otro nuevo transformado. De cualquier manera, la violencia que se sufre en los campos o en las calles de México, no cede terreno; toma distintos matices, seguro otros actores, pero prevalece.

El resultado es entonces, por desgracia, el mismo: “¡Mi país, oh mi país!”.

Texto: Eduardo Salazar Elizondo / Agencia Reforma

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